sábado, 12 de febrero de 2011

La Caliente Dora Dorotea

¡Abuelaa!. Ven acá, mira esto... ¡Nadelia corree!, ¡La Dora esta de pelea!
-¡Dooora más nadie que tú!, ¡Caleeentando como el sol del medio día!.
Vociferaba muerta de risa mi hija Deniyé, mientras plagaba las tendederas de
ropas recién lavadas en el balcón de la casa de Alambique y Vives. En la
sonora Habana Vieja.
-¡Jesús Nazareno de ella se compadezca, pero esta mujer no se da cuenta?,
“ lengua que come sal, no puede escupir azúcar”. Balbuceaba mi madre
saliendo al balcón, apoyándose en el guardavecino balconero para acomodarse en medio del asombro que le producía ver a la Dora comprimida en aquellas coloridas mayas para añadir y añade divertidamente.
-¡Dora te vas a caer de ese mundo de cristal!. Mira a ver como caminas. Ten mucho cuidado con esas empinadas “cambreras” que te elevan más de un cuarto sobre el nivel de la tierra.
-¡La Dora vive su mundo, dichosa ella. Comentaba Yita, la vecina de abajo mientras ganaba la calle detrás de la pequeña “Yaquelincita” que como un vendaval tropicalero corría el tras provocador pregón del mulato manisero.
-¡Vaya calientico! ¡Calientico, fresco el manisito! Pregonaba rumbosamente a ritmo de guaguanco. -¡Que me voy! ¡Que me voy! ¡Me voooy! Caserita me voyyy.
Fue tanta la algazara que impuso Yita en medio de la calle corriendo detrás de la nieta, que la Dora subitamente detuvo sus intenciones de sobresaltar el barrio con su nuevo look para severamente advertirle:
-Hoy le gritas a tu nieta, mañana ella te gritara a ti. No insultes a la niña,
repetala pa’ que té repete.
-¡Dooora! no pierdas el tiempo reeducando a Yita. Sentencio el negro yerbero que desde la esquina había escuchado todo y a paso firme sobrellevando a sus espaldas atados de raíces en enredillos de hojas, ganaba el medio la calle Alambique y Vives, para concluir canturreándole a los oídos con gesto sonero en machangueril conquista – Ponte pa’ tus canas. Tíñete el pelo o se te cae el “cache” ¡Dorita Cosa rica!
-¡Hijo de la gran madre! Le respondió desbordandose se a carcajadas la Dorotea.
-Mi pelo esta mejor que tu lengua. ¡Brujo malo! ¡Mayombero bueno! Anda regálame un poquito de tu suerte.¡Dame algo papichulí!.
Con esa varonil galantería que caracteriza a los hombres de pueblo el yerbero le hizo marcada reverencia atizonando la entrega de un gajito de albahaca morada resumiéndole bonachón;
-¡Tomaaa vida mía! ¡Yaa!, te di algo mamitaaa ¿Qué hay pa’ mi? Mostrándole sus labios gruesos, incitándole a un beso
-¡Nada Papitoo!, se mira pero no se toca... Dicho y echo, la Dora giro sobre sus talones iniciando una suerte de improvisado modelaje. Haciendo descansar el tallo de la aromática planta sobre su oreja derecha.
-Así espanto el mal de ojos. Comenzando alejarse rumbosa calle abajo con insinuador meneo de descolgadas caderas.
-¡Dale Dora!, que para ti, no hay más na'. Le grito Yita entrando a su casa con su nieta que saboreaba su cucurucho de maní. Y la Dora continua, calle abajo a media mañana en sus rutinarias visitas mañaneras.
-¿Dora sabes algo de los tuyos que están en la Yuma? Indagaba cualquier voz al verla pasar.
-Se tomaron la Coca Cola del olvido, con la Magdona de “compóntela como pueda”. Tu no ve que ellos se la jugaron en alta mar, en la balsa. Quien no cruzo el Caribe tiene que joderse en Cuba. ¡Con lo que le toca!. Así respondía la Dora evadiendo sentimientos, para concluir resuelta:
-Mi familia esta aquí, en este monte seco y pardo. Por eso tengo más que el leopardo. Canturreaba dando palmas a ritmo de clave cubana:
-¡Yo tengo un millón de amigos!, y, así con ellos puedo jooder. Hablando.
-Porque tengo vamos a ver, ¿qué tengo? ¿Qué mierda tengo? Una moneda que no me sirve pa’ na. Restaurantes que no me deja entrar porque no soy extranjera. ¡Chúpate esa!...Para seguir cantando rumbosamente. -¿Qué yo tengooo? ¡No tengooo na'!
Así se alejaba Dora, calle abajo, yendo, y viniendo en sus razones cual collar “consagrado de Elegguá” que se rompe preconizando desgracias. Así, la Dora sobrellevando el paso de su tiempo, su vida, esquivando realidades, desoyendo aquellos que se derramaba en censuras a su conducta con hirientes palabritas huecas.-Dora estás muy revieja para esas modas. Mas la mayoría de la gente del barrio la sobrellevaban con cariñosas entregas: -¡Doritaaa!, ve luego a casa, te tengo un muslito de pollo con otra cosita rica que quiero darte, sabes mi cielo, ve que te espero. Le proponía Mamita la santera, cuidadosa de que el cubo de agua que lanzaba al medio de la calle para refrescar situaciones...no fuera a salpicar a la Afrodita barriotera.
-Si es agua clara no importa pero si es agua de culo. ¡Candelaaa! Respondía Dora.
-¡Que cabrona eres Dora! Respondía Mamita con su risa espontánea en su cara redonda de mulata buena. Innegable es que la Dora imponía cierta nota de borrón y cuenta nueva al barrio de Jesús María, porque a la llegada de Dora la cola se revolvía en jueguitos impregnados de malicias intenciones.
-¡Dora estas matadora!, no hay quién se resista vieja. Juanucho, el negrito flaco que pasa de largo.
-¡Afloja mamacitaa! Con esa mayita oye “No somos de piedra”. Argumentaba Jacinto, el carnicero mientras envolvía un picadillo de soya haciendo que la multitud expectante de la ínfima cuota alimenticia convirtiera la angustiosa espera en auténticas carcajadas.
-“Cada cual se defiende como pueda y de su vida hace un tambor”.Salía a su defensa Tita la estudiante de enfermería, contorneándose graciosamente en su extrema delgadez con voz autorizada por su dedicación al estudio de la medicina para arremeter con un auténtico tapabocas
- No se hagan los tontos, ni los desentendidos que a la mayoría de ustedes Dora, le han pasado la cuenta. Porque es tremenda blanca, con tremendo cuerpo a pesar de sus años. Así que un respeto a la Dora. Dictaba sentencia Tita añadiendo.
-¡Déjenla que goce lo que le queda por vivir! A fin de cuentas todos vamos a para donde la “Pelona” esa sí, no perdona. Cuando llegue el juicio final, el alegato no puede ser: -“Condenadme no importa...” Eso fue ayer. Hoy es otra la historia, porque este pueblo tienen que hacer todos los días la guerra de independencia. -¡Y no pasa na’! Así que no cojan lucha con la Dora que se defiende como puede, mientras que otros se la pasan mirando al mar.
-¡Dios te bendiga muchachita!. Exclamaba agradecida la Dora. -Tú si que le sabe a la dialéctica. Los que no sean capaces de defender sus sueños, no hablaran de esto en pasado. Lanzando una carcajada añade.-Mírenme a mí con cuarenta y maromas, todavía luchando. Tal confesión hacía revolverse la cola que esperaba la entrega de los alimentos racionados, cual reptil que persigue a su presa.
-Dora tú eres más vieja que el casco histórico. ¡Cincuenta y siete veces por día le has dado la vuelta a la Ceiba del parque de Jesús María! coreaban juguetones los del Bodegón de Miguel organizándose para sobrellevar la larga fila para coger su cuota.
Ganándose de inmediato, todos la reposta de la Dora; -Pónganse, pa’ lo suyo, que yo tenga los años que tengo y punto. No me voy a morir porque sí allá también hay que hacer estas putas cola. Mejor me quedo aquí “En este Valle de lágrimas”, con medicina gratuita” ejemplo de América.¡Y a cogerlo que no tiene espina! ¡Que cada cual se menee como pueda! Riendo a carcajada todo se le pintaba igual a la Dora día tras día, hasta que llego Bernardito a trabajar en el punto de viandas de Vives. A cinco cuadra de la casa de Dora. El Bernardito exponente de todos los atributos de los hijos de Shangó. Educado, seductor, supuestamente hombre nuevo. Le facilito laticas soviética de carne de vaca, de esas que daban una por libreta a cada núcleo familiar, también le dio, unas manos de platanitos maduros, grandísimas papás. Todo eso se lo dio Bernardito a la Dora fuera de la libreta por cierto “sobresalto” que la presencia de la Dora le imponía por lo que le congratulaba con modestos favores sentimentalmente materializados en todo lo poco que llegaba al Agro para la venta al público porque tocándole por libreta de abastecimientos o sin tocarle le daba siempre algo extra para que cocinara. Además de halagarla con afectos que se hacían cómplices de todos los caprichos comestibles de la Dora ahora asidua asistente del punto de viandas, pendiente de las mínimas necesidades del Bernardito, correspondiéndole sus atenciones con humeante tácita de café, agua fría para aliviar el calor sofocante de las tres de la tarde y de vez en cuando un exprimido de zanahoria con remolacha para que aguante alimentado el día, ya que el almuerzo para el joven no existía. Haciendo una sola comida en la noche, tirando el día con lo que le ofrecían algunas enamoradas y su estimable Dorotea. La Dora que él distinguía por sobre todas las cosas pero “Una cosa piensa el cuchillo, otra la fruta que corta”.Bernardito era hombre, de no interesarle la Dora no se preocuparía tanto. Pensaban las vecinas y le decían a la Dora.
-Esta puesto pa’ ti. Aseguraba Silvita, la auxiliar de enfermera.
-¡El gusto no tiene edad! Afirmo la respetable Panchita, iluminándosele el rostro para dibujar sonrisa
-Yo viví con Bonifacio, el arquitecto llevándole más de veinte años hasta que lo mato la guagua. Me quiso muchísimo, íbamos a todas partes. Le argumento Consuelo.
-Sí él no se atreve, decídete tú. Eres una señora para el no será fácil, concluyo Panchita.
- Todos no son confianzudos. “Quien no entra al juego, ni gana ni pierde”. ¡Arriésgate! Le aconsejaron las que sé reunían en la esquina después de la telenovela a jugar “Domino”. Y le aseguraron, alternando una y otra la palabra:
-La felicidad, toca a la puerta sin pedir permiso. Refunfuño Panchita
-Sirve tú la mesa, de qué te sirven los años, que cargas sobre tus costillas. ¡Eso es faisán de la India! Comento Enriqueta
- ¿Quién conoce el fuego mejor que el diablo? No lo pienses mas “lo que se puede disfrutar, se disfruta, es lo que vamos a llevarnos a la tumba. Eso no es jabón que se gasta. Dale, mete mano y después nos cuentas. Le propuso Adolfina, dando agua al domino, moviendo vertiginosamente las fichas sobre la pulida madera.
La vieja Dora confió plenamente en sus experimentadas vecinas. Levantándose al otro cual ninfa en evocación de Apolo. Estuvo junto al Bernardito desde el amanecer sudando la gota gorda despachando malanga para ancianos y menores de seis años, hasta que cerca de las siete de la noche que concluyeron las ventas junto a los escandalosos reclamos de muchos necesitados que no alcanzaron el producto. Dora, espero con paciencia hasta el último minuto y Conocedora de que el joven se quedaba en el local para organizar las cuentas, con el pretexto de pasar al baño, se quedo dentro del establecimiento para regresar total, sin peros, ni contenciones como Dios la trajo al mundo. De un salto gano la rustica mesita echando a un lado pesas, sacos vacíos, carpetas. Acomodando la flacidez de sus carnes. Abriéndose conspiradora de caricias dispuesta al erotismo de una entrega plagada de improvisadas obscenidades.
-¡Ven!, acércate. Solicito la Dora añadiendo. No soy carne fresca pero gallina vieja cuando le dan candela buen caldo garantiza. Bernardito quedó detenido, más bien paralizado en medio de una visible y sorpresa.
-No te hagas el interesante que león hambriento como carne blanda. Le exponde sonriéndole coquetamente la Dora.
El joven presintiendo el delirio, se permitió un sentimiento de dolor indescriptible.
Alejándose unos pasos. Rebozando tres bolsas de frescas viandas frutas y hortalizas. Le ofrece sus brazos firmes para salvaguardarla de dolorosa, y posible caída, para inmediatamente alcanzarle su ropa y ayudarle a vestir con la devoción que se asiste a una niña pequeña, incapaz, indefensa. La Dora enfatizó conciertos de suspiros dejándose llevar por todos los guiños y silencios.
El joven sin decir palabra, abrió la puerta del establecimiento indicándole gentilmente la salida. Siguiéndola a paso firme con las tres bolsas de alimentos frescos. Llegando rápidamente a la casa de Dora. Esta abrió la puerta de su casa, sonriendo vencedora al verlo subir presuroso las escaleras sobreentendiendo que todo iba a ser mejor allí, porque era demasiado el riesgo de la entrega amorosa dentro del establecimiento y se quedo parada en medio de la modesta salita de su casa, a la espera de alguna desconocida sorpresa.
El joven acomodo en la humilde cocina las tres bolsas con las propuestas alimenticias y Dora corre abraza súbitamente sus robustas espaldas, percibiendo al volverse su cálido aliento. Nunca antes había detallado esos labios que conmovidos le dedicaban cortas y breves frases;
-¡Dora por favor tómese su pastilla! Se separa de ella suavemente.
-Acuéstese un rato. Encienda el ventilador hace mucho calor. Ganando la escalera, para bajar corriendo las empinadas escaleras cerrando suavemente la puerta de la calle, para continuar ahogando el sentimiento indescifrable que le apretaba su corazón, mientras consigo mismo dialogaba:
-¡Pobre Dora!.Tan sola como mi abuelita, que falleció. ¿Sabrá Dios cómo?... Allá en los Estados Unidos. ¡Solita y enferma!